Se creería que la comunicación oficial, de un gobierno, tiene el propósito de informar sobre el desarrollo de la gestión pública de una nación: inicio de obras, avances de las mismas, beneficios y beneficiarios de ellas, planes económicos, desempeño.
El fin último, como el de cualquier propaganda, es crear o reforzar la imagen deseada, movilizando las opiniones y las acciones por la senda que desea el gobierno.
En el caso que nos ocupa, debemos hablar de propaganda de un régimen, una comunicación con un altísimo y evidente componente ideológico que busca influir en las actitudes de las personas, cambiar la manera de pensar, las opiniones y hasta las creencias. Una estrategia que responde a más de uno de los 11 principios de la propaganda, elaborados por Joseph Goebbels en la Alemania nazi: principio de simplificación y del enemigo único; principio de la transposición (cargar sobre el adversario los propios errores o defectos, respondiendo el ataque con el ataque); principio de orquestación (la propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentadas una y otra vez desde diferentes perspectivas, pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto).
Otra diferencia de la propaganda del régimen versus los gobiernos democráticos previos, se refiere al hecho de que siempre se benefició a los medios en general (en su mayoría privados), lo que perseguía dos objetivos, el de informar gestión y, en segundo grado, pero no menos importante, granjearse una relación con el medio que minimizara el impacto negativo de noticias adversas al gobierno (ley de reciprocidad, nada nuevo en el mundo). Durante el actual gobierno esto se transformó, ya que la inversión publicitaria se concentró en los medios adeptos al régimen o neutrales, y obviamente en los medios creados por el régimen, con el único objetivo de convertirse en canales de propaganda ideológica que sustenten su discurso.
La envergadura de la inversión publicitaria (campañas electorales aparte) es de dimensiones nunca vistas, de orientación ideológica, y concentrada en sus propios medios y en los adeptos. Según Instituto de Prensa y Sociedad de Venezuela, en 2015 la inversión pública en publicidad y propaganda oficial fue de más de 600 millones de bolívares, nada menos que cuatro veces más que la partida ejecutada en 2012, año que coincidió con la última campaña presidencial de Hugo Chávez. Claramente el mayor anunciante del país.
Vale registrar que según la misma fuente, el Estado venezolano cuenta con una amplia red de medios de comunicación que incluye 14 canales de televisión, más de 100 radios comunitarias, y al menos 6 diarios, algunos de distribución gratuita. En 2013 se creó también el Sistema Bolivariano de Comunicación e Información (Sibci), destinado a constituir un “ejército comunicacional de toda la revolución bolivariana”.
Por todo lo anterior, se puede afirmar que este es un régimen que basa el desempeño de su gestión, y por ende su imagen, en la comunicación. Todo, absolutamente todo, está basado en la percepción, no en la realidad. Se soporta en ideas que en definitiva son promesas permanentes de futuro y de una vida mejor… pero que aún no llega
¿Y quién es el gran aliado de todo este nuevo sistema de gobernar? Los medios estatales unidireccionales y hegemónicos en su información y opinión, y los privados que se sometan, los cuales literalmente viven del gasto publicitario del gobierno (y además consiguen papel) sólo si aceptan el juego de poner sus líneas editoriales descaradamente al servicio del régimen.
Pero la sostenibilidad de esa inversión y, por ende, la buena salud financiera de los medios que se benefician de la propaganda oficial, puede estar en riesgo. En Argentina, el gobierno de Macri acaba de recortar a la mitad el gasto en publicidad oficial, ahorrando al Estado mucho dinero, aunque eso genere problemas en algunos medios. Pero quizá peor es el hecho de que la administración de Cristina Kirchner y la del ex gobernador bonaerense, Daniel Scioli, dejaron en conjunto 1.600 millones de pesos impagos en publicidad contratada. Un panorama que podría no ser tan distante para la realidad venezolana actual y futura. Como dice el proverbio popular. Cuando veas las barbas de tu vecino arder, pon las tuyas en remojo.
Y, por último, el mensaje soy yo: Chávez en sí mismo era la Revolución, el Socialismo, el Justiciero, el Redentor. Encarnó y cargó con su revolución sobre los hombros. Pero fuera de él, ¡nada! La eterna promesa. Pagó la llamada deuda social con promesas bien dichas. Hoy continúa la misma técnica, pero con un designado sin el talento para ello.
En definitiva, el aforismo de MacLuhan “El medio es el mensaje”, hoy más que nunca se hace realidad.
Rodolfo Nölck
Presidente de Nölck Red América, grupo de comunicación
PUBLICADO: 21 de abril de 2016