El acceso a Leonardo Padrón se logró a través de su manager, Jesús Barón, encargado de la agenda. La cita fue en su apartamento, al sureste de Caracas, un amplio espacio salpicado con fotos de sus hijos y de su novia Mariaca Semprún, una nutrida biblioteca demasiado ordenada y un inmenso ventanal hacia Caracas, con vista privilegiada, que permite olvidar por momentos la ciudad caótica. Padrón no toma café ni fuma. Tampoco parece escorpiano. Es simpático y amable. Invita a conversar en la sala principal decorada, sin excesos, con muebles de cuero y madera.
Si no le cuesta escribir menos le cuesta hablar. Sus respuestas son extensas, llenas de detalles y adjetivos. Considera que el ataque recibido desde el gobierno no fue más que un trapo rojo, “porque la telenovela es un género, no un mensaje, porque la violencia está en la realidad y muchas veces supera la ficción”. Paradójicamente, este producto que en los años 80 y 90 fue columna vertebral de la programación de las televisoras y hasta bien de exportación, atraviesa hoy su peor momento.
—¿Cómo llegó la telenovela a este declive?
—Probablemente el hachazo mortal vino con el cierre de RCTV el 27 de mayo de 2007. Al gobierno le gusta llamar esto como la no renovación de la concesión, pero eso fue un cierre. Hay circunstancias y hechos que no toleran eufemismos. Eso fue un cierre alevoso que disminuyó de un solo tajo el tamaño de la industria venezolana a la mitad.
RCTV era uno de los dos grandes canales productores de dramáticos, el que tenía más abolengo y se arriesgaba más en lo que producía: el ciclo de Gallegos, novelas de época como Gómez I y II, unitarios, por ejemplo. El protagonismo de la telenovela cultural fue de RCTV.
Cuando la industria quedó reducida a la mitad el talento comenzó a migrar. No todos cabían en otros canales. A eso se le unió la crisis económica del país y el rumbo socialista del gobierno de Hugo Chávez. Venevisión continuó con la producción de contenido dramático y luego se incorporó Televén. La desaparición de RCTV como competencia le hizo mucho daño a Venevisión. La competitividad, que suele exigir calidad, rigor, riesgos para conquistar a la audiencia, se esfumó. Siguió luego la onda expansiva de la crisis económica, las empresas que se fueron del país, las que miraron hacia otro lado y los anunciantes que dejaron de invertir en señal abierta.
—¿Y la ley RESORTE?
—La Ley RESORTE también fue un golpe a la industria de la TV en general porque el contenido de la telenovela comenzó a ser regulado. El producto venezolano, que siempre había sido muy propositivo, comenzó a perder audacia, nos volvimos cada vez más pacatos. Mientras tanto, Brasil y Colombia empezaron a inundar el mercado con productos frescos, temerarios, innovadores. La autocensura comenzó a afectar la pluma de los escritores y la sensibilidad de los gerentes de la TV. El saldo final es esta neblina en la que se encuentra la industria, que está viviendo su momento más oscuro.
—Entonces, ¿cómo se vincula la violencia en el país con las telenovelas?
—Hace tres años, cuando se estrenó La mujer perfecta (protagonizada por Mónica Spear, quién fue asesinada el pasado 6 de enero) hubo dos o tres meses en los que pasó algo que no había sucedido antes. No había telenovelas venezolanas al aire en un país en el que se producían de 6 a 8 al año. Hoy, precariamente, se producen una o dos al año. No hay proporción directa entre la presencia de dramáticos y la incidencia delictiva. Cuando comparas, la realidad queda muy mal parada, porque en las telenovelas siempre se castiga al malo; en la realidad venezolana no.
—Hay quienes le atribuyen a la telenovela “Por estas calles” (1992) un rol estelar en la crisis del bipartidismo y en el cambio de la historia en Venezuela. ¿Qué cree usted?
—Creo que ese argumento tiene todos los síntomas de una leyenda urbana. En este caso, nacional. La novela era un espejo del hartazgo general, de las veleidades del poder y la corrupción nacional. La anti política tuvo muchos estímulos y sus más eficaces promulgadores fueron los propios partidos políticos, por tanta ineficacia y desmadre con el erario nacional. AD y Copei ya tenían suficiente mala reputación.Es una desmesura total otorgarle tanto poder a una telenovela. Suena atractivo, vistoso, incluso anecdótico, pero no es así. “Por Estas Calles” fue un ejercicio de catarsis social, muy bien logrado. Una novela histórica por su tono hiperrealista, pero no una novela que cambió la historia del país. Ya ni siquiera el propio Ibsen Martínez, su autor, lo considera así.
—¿Ha sido censurado?
—Fui censurado. Todos hemos sido censurados. Quien diga lo contrario está mintiendo. Me censuraron parlamentos, temas, tonos. “Mejor no metas eso para no buscar problema”, es una frase constante.
—¿Se ha autocensurado?
—No me autocensuré de manera consciente. Le dejé ese trabajo a Venevisión, porque ya sentía bastante lesionada mi creatividad a la hora de escribir. Quizás, a lo mejor involuntariamente, con todo el tema del acoso y la intimidación, uno empieza a modificar su escritura, pero expresamente declararme militante de la autocensura, no. El peligro de la autocensura es que se pone más extremista que la propia censura.
—Ante este panorama, ¿cómo se ha afectado su proceso creativo? ¿Qué pasa cuando usted está frente a una hoja en blanco o frente a un computador?
—Uno se sienta a escribir con un rictus de incomodidad, con una desazón en las manos, y con una buena dosis de envidia con respecto a los colegas del continente.
—¿Está escribiendo ahora para la TV?
—Estoy preparando una telenovela para Venevisión y ya siento que fue una mala elección incluir una trama adolescente.
— ¿Por qué?
—La adolescencia es la edad de muchos despertares, del descubrimiento de muchas cosas, buenas y no tan buenas. Con la Ley RESORTE y la Lopna no puedes meterte en esos terrenos. Implica pensar dos veces lo que estas poniendo sobre el papel, escribir en puntillas.
—De todos los roles que desempeña, ¿en cuál se siente más cómodo? ¿Cómo hace para asar tantos conejos y que no se le queme alguno?
—Yo manejo varios registros de escritura. Para evitar ser víctima del refrán que citas trato de parcelar los momentos de creación, es decir, cuando me siento a escribir poesía no puedo estar escribiendo telenovela. A cada uno le doy su tiempo. No renuncio al resto cuando me dedico a un proceso creativo específico, pero cada uno tiene su atmósfera, su respiración y su ritmo.
—Pero ¿dónde es más feliz?
—En el terreno de la poesía, porque hay un momento de plenitud cuando logro conquistar la escritura de un poema. Es algo que no puedo transmitir con palabras, que no se traduce en rating. Es un logro interior absoluto. El momento máximo de un escritor se da cuando siente que venció a la página en blanco. El guión de tv o cine pasa por otras manos y es contaminado, dimensionado o devaluado por otros, porque se trata de un trabajo en equipo. Es parte de su naturaleza y de su encanto.
Y si alguien me dijera: Te vamos a quitar todas las formas de expresión que tienes y te vamos a dejar con una sola, yo le diría: Déjenme con la poesía… Claro! voy a empezar a pasar hambre (Risas).
—¿Y cómo se siente con Los Imposibles?
—Las entrevistas me gustan muchísimo, las disfruto plenamente pero las hago por temporada. No estoy trabajando en eso todo el año, hago que el público descanse de mí, yo descanso del formato, me reciclo y cuando vuelvo a comenzar lo hago con nuevos bríos. Pensé en el concepto de Los Imposibles por temporadas, para que no se vulnerara. Si hago ese programa cotidiano ya no todos los entrevistados van a ser tan imposibles.
—Un entrevistador debe ser un gran seductor para sacar del personaje lo que nadie sabe. ¿Se considera seductor?
—Es muy incómodo responder ese tipo de pregunta. Yo supongo que sí tengo ciertas dotes para seducir, porque toda entrevista entraña un duelo de seducción, alguien que quiere seducir y alguien que no necesariamente quiere ser seducido. Y ahí tienes que usar tus mejores armas, demostrarle al entrevistado que respetas tanto su trabajo que te preparaste para la entrevista. Eso ellos lo perciben en el acto. Lo advierten por las preguntas y por cómo encaras el diálogo. Y cuando ellos descubren que consideras su trabajo y su tiempo se abren y se entregan.
—¿Cree en Dios?
—No, solo cuando me monto en los aviones (Risas). Como dijo Buñuel, “yo soy ateo gracias a Dios”. Jorge Luis Borges decía que la Biblia es el mejor libro de ficción que se ha escrito, y me parece una frase afortunada. Si Dios nos creó a su imagen y semejanza creo que se le pasó la mano.
—¿Cuál ha sido su mayor satisfacción?
—Voy a decir un lugar común, pero es una verdad, mis hijos Constanza y Santiago, unos morochos de 12 años, son mi mayor satisfacción. Están en una edad maravillosa en la que me enseñan a descubrir por ejemplo, la música que oyen ellos. Me gratifica poder enseñarle a mi hijo a jugar beisbol, o hablar con mi hija sobre lo que esté sucediendo en el país.
Otra cosa que me satisface es ganarme la vida con lo que más me gusta hacer. “Es un axioma vital que la vida que estás viviendo la asumas, que habites tu pasión” (sic). Trabajar en lo que definitivamente te exalta y te maravilla. Esa es una estupenda estrategia para acercarse a eso que se llama felicidad.
—¿De qué se arrepiente, qué parte de su biografía borraría?
—Con los años me he dado cuenta de que los errores cometidos, que me han provocado dolor, a la vez me condujeron a nuevas etapas y a seres maravillosos. El arrepentimiento es algo en lo que trato de no estacionarme mucho. Creo que genera mucho óxido.
—¿Qué lo pone de mal humor?
Últimamente varias cosas, el totalitarismo, la arrogancia. Este gobierno, por ejemplo, es muy arrogante. Sus miembros creen que no se equivocan en nada. Siento que les hace falta una gran dosis de humildad. Hay mucho ego derramado en el país, en el poder.
También me ponen de mal humor los que venden su conciencia, y hemos visto en estos últimos años un largo desfile de gente que lo hace de la forma más impúdica y grosera posible. Me pone de mal humor que este país le esté faltando tanto el respeto a la vida.
—¿De qué tamaño es su ego?
—Depende del día, pero siempre trato de domesticarlo. El ego es inherente a la naturaleza humana y sobre todo si eres creador. Cuando comienza a crecerme voy a mi biblioteca y leo a uno de los grandes, a Cortázar por ejemplo. Inmediatamente bajo y me pongo en mi lugar. En realidad trato de no envanecerme porque ¿sabes de qué me he dado cuenta? de que en este país todos hemos recibido una lección de lo que puede ser un ego desorbitado. Nosotros vivimos los estragos de un ego desmedido como el del fallecido presidente Hugo Chávez, que nos hizo mucho daño.
—¿Ha ido o va al psiquiatra?
—Fui en un momento muy devastador de mi vida y terminé descubriendo por qué no había ido nunca antes: no hay nada que un gran amigo y una buena barra no te logre resolver. Si uno maneja los problemas con sentido común se puede llegar a la salida. Lo bueno es que los amigos no miran el reloj cuando tú les estas contando tus problemas, en cambio, con todo el respeto, los psiquiatras sí. No quiero descalificarlos, pero a mí me funcionan mejor otras herramientas.
—¿Cómo es su conexión con Caracas?
—Todos tenemos una relación de amor-odio con Caracas. Como la relación de odio es tan estridente y le roba el show a la relación de amor, yo procuro celebrar su belleza. Cuando me siento a escribir sobre mi ciudad lo hago desde una mirada amorosa. Trato de hacerle el amor porque de alguna manera todos los días todos le hacemos el odio.
—En una época en la que muchos se van, ¿por qué usted sigue en Venezuela?
—Porque es mi país, aquí está mi pasado, mi presente y quisiera que estuviera mi futuro. Aquí he sido hijo, padre, esposo. Aquí descubrí la poesía y aprendí a escribir para la televisión. No me he ido porque tengo un sentimiento de pertenencia muy fuerte con este país, con esta ciudad, con mi cédula de identidad, con la sonrisa del venezolano que está ahora tan astillada. Y uno siente el deber de luchar por lo suyo. Es como la sensación de que te están desvalijando tu casa, e irte de tu casa mientras la desvalijan es un contrasentido.
Fotografías: Manuel Linares
PUBLICADO: 10 de abril de 2014