Una factura. La verdadera prueba de la infamia. De la tragedia que vive Venezuela, donde unas hojillas deben venderse al precio regulado de 29,49 bolívares, que no paga ni el plástico del empaque que las contiene, porque de paso trae dos afeitadoras (14,765 cada una). Y no son "marca pirulo", como se ve, sino Gillette: emblema mundial en productos de afeitar. Compradas por bachaqueros y revendidas en el barrio El Carpintero de Petare o en la urbanización Prados del Este de Caracas, esas mismas dos afeitadoras cuestan "al público" no menos de 500 bolivares. O sea, casi 17 veces más de su precio regulado.
Precio que es obviamente falso, mentiroso, imposible. Pero con el cual se hace realidad la parábola perversa: el fabricante del producto, que arriesga sus marcas y capital de trabajo, que sostiene empresas, da empleo formal y paga impuestos, pierde sin remedio, miserablemente; y el público objetivo que debería recibir los beneficios del "precio justo", también pierde y es tomado por pendejo. Porque lo que reciben los consumidores reales son migajas de las famosa regulación de precios. La enorme mayoría de los compradores de esos productos pertenecen a la cadena del bachaqueo. Y el público entonces paga un precio infame en el mercado negro. Pero la culpa, ojo, no es del bachaquero, sino del gobierno, que ha generado y multiplicado geométricamente los bachaqueros, organizados en mafias a la vista de todo el mundo.
Así pasa con todos los productos de "precio estatizado". Por citar solo algunos: el azúcar (regulada a 25 bolívares y con valor de bachaqueo entre 300 y 400); el arroz (igualmente regulado a 25 y bachaqueado entre 350 y 500); la leche en polvo, regulada a 70 bolívares y entre 1500 y 2000 --depende de la marca-- en manos del bachaqueo; el café, regulado a 92 bolívares el kilo y entre 700 y 1000 según la marca o si es café "purito" del Táchira en bolsas sin identificación ni control alguno de calidad; y la harina de maíz (19 precio regulado y entre 200 y 500 en negro, según la cara y el bolsillo del cliente). Por cierto, el genérico de la harina de maíz es la marca PAN, de Polar. Lo fue siempre por su presencia imbatible como líder del mercado. Y lo es mucho más hoy, cuando es casi la única que existe, porque las demás marcas de fábricas que expropió el gobierno están quebradas y producen cero. Soberanía alimentaria, que le llaman.
Es la parábola perversa, de la cual Maduro se cuidó muy bien de no hablar anoche. Atacó como siempre al capitalismo y agitó sus delirantes fantasmas, fustigando los sistemas clásicos de distribución --que son, de paso, los que sirven al mundo entero, incluyendo China y Vietnam comunistas-- pero que según él son los culpables del encarecimiento desmedido de los productos. Y puso el ejemplo infantil del que "siembra la yuca". Pero del enorme mercado negro en el que se ha convertido esta Venezuela cubanizada por todos los controles que la descontrolaron, no dijo ni pío. Claro, el sabe que la culpa no es del bachaquero.
PUBLICADO: 18 de febrero de 2016