En el doloroso final de los años 70, cuando Sudamérica era un ramillete apretado de crueles dictaduras militares, el exilio se imponía casi como el único camino para esquivar la tortura y la muerte. Fue entonces que alguno entre el casi millón de exiliados que tuvo Uruguay, escribió en un muro próximo al aeropuerto de Carrasco, que sirve a Montevideo: "El último que apague la luz".
No había internet ni redes sociales, pero la frase se hizo viral y en la Venezuela de entonces -un auténtico faro de Democracia- argentinos y chilenos, sobre todo, además de los uruguayos, la repetían avivando nostalgias, como una broma del obligado exilio.
Curiosamente, 40 años después, en esta Venezuela irreconocible por su desbarajuste, inmersa en una crisis horrorosa que afecta desde la moneda, hasta el consumo, pasando por la producción, la energía y el agua, los alimentos, la seguridad personal y jurídica, la salud, la educación y, por si fuera poco, también los valores ético-morales, porque todo es desidia, delito e incapacidad, casi 2 millones de venezolanos eligieron el exilio para brindar su talento y buscar su futuro en otras tierras. Y la sangría no cesa.
Por eso da grima y a la vez risa, ver el aviso que en el terminal internacional Simón Bolívar de Maiquetía remeda, sin querer, obvio, pero casi textualmente, aquella sentencia que hace 4 décadas se hizo famosa en el aeropuerto de Montevideo.
PUBLICADO: 23 de febrero de 2016